Hace algunos días me vi inmerso en una situación que no me dejaba estar tranquilo, pero como ya había aceptado, no podía defraudar a mi amigo y continué. Todo este proceso, me llevó a pensar en lo fácil que es convencer a alguien para que haga lo que uno quiere a través del chantaje emocional o de la simple idea que nosotros mismos nos formamos de cómo hará sentir a la otra persona que digamos un certero “no”.
Poner límites debería estar incluido en las materias básicas de educación primaria; nos enseñan ecuaciones y reglas gramaticales, pero jamás amor propio. Una de las bases del amor propio es tenerte la suficiente consideración como para no hacer las cosas por los demás (ojo, no digo que no seamos buenas personas) sino que debemos aprender a sentirnos cómodos con nuestros límites. A veces forzamos situaciones por quedar bien, pero ¿vale la pena incomodarte tú para satisfacer a alguien más? ¿Esa persona haría lo mismo por ti?
Las expectativas que generemos deben ser en nosotros, conociendo nuestros limitantes y nuestras virtudes, la única persona a la que debemos aprender a complacer es a nosotros mismos. Deja de esforzarte por terceros cuando por ti no haces nada. El amor propio, como cualquier relación se cultiva y se cuida.
Aprendamos juntos a decir que no; iniciando con analizar los pensamientos y las emociones que nos arrastran a decir” sí” cuando el “no” está a flor de labios. Es culpa, miedo a ser juzgados, ¿qué te motiva a ponerte en situaciones que no deseas?
Piensa bien antes de hablar, decir que sí por inercia tampoco es benéfico en este tipo de situaciones; regálate cinco minutos extra para tomar una decisión. Evalúa las posibilidades y las razones por las cuales no te sentirías cómodo diciendo que “sí”.
Es cuestión de práctica, pon tus necesidades antes de las de los demás y evalúa las consecuencias que vendrán. Sé fiel a ti mismo siempre.
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